Tentadero en casa de Victorino

Cuando se ve una corrida de toros, los animales que saltan al ruedo no lo hacen porque sí, como todo en la vida tiene una explicación,  que no es otra que la labor continua del ganadero para conservar y mantener su ganadería, que a mi juicio se consigue haciendo una buena selección.


Esta selección tiene su expresión en el llamado tentadero, labor de campo ceremoniosa que consiste en pocas palabras en probar la bravura de las hijas de la ganadería, es el juicio al que se tienen que enfrentar ante la atenta mirada del ganadero que se erige en juez supremo y dictaminará si el animal tentado pasará a formar parte de la ganadería como madre. En este juicio se demuestra, la casta y la bravura del animal en una pequeña plaza de tientas  ante el picador, el capote y la muleta del torero.


Los hermanos Fernández Vega, Paco Luis y Manolín, y sus respectivos Mariano y un servidor compartimos un día de campo con el número uno, maestro de los maestros, el Yoda de todo esto, Victorino Martín e hijo en su finca de Las tiesas en él término municipal del El Portezuelo, Cáceres.










El día empezó con la ilusión que se merece, era una cita que llevábamos buscando dos años, fue completo, vivimos los toros en su plenitud, en el campo donde se erige en señor respetado, en caballero de la dehesa, con el coche acompañados de la hija de Victorino, despacito los vimos de cerca. Mariano como loco, tiro más fotos que un paparazzi del corazón, incluso escapamos de alguna embestida.



































Antes del tentadero degustamos una comida casera bien servida y  merecida.

La placita de tientas esperaba a  la tienta de seis “tías“, digo esto porque Victorino tienta las vacas para tres años, opción a mi juicio súper válida porque de lógica una vaca con tres años estará más formada que una añoja, las vacas eran de respetar y su tienta fue a cargo de los matadores de toros Antonio Barrera , Simón Bolívar y el novillero David Martín, había que estar muy  preparado ante esas vacas que lucían pitones más limpios que el sable del general Caster. Las vacas salieron bravas, codiciosas y fue un lujo para nuestros ojos atentos, una experiencia para mi no nueva pero que me alegró compartir con mi primo que debutaba en estos lares.
































Cerramos la tarde con una merienda-cena como se hacía antiguamente y nos fuimos para nuestro destino, dormir en Alcántara para soñar con Las Tiesas y con algún venao que otro que se cruzaba en mitad de nuestros sueños.